Reivindicar el enojo femenino: “Las mujeres enojadas generan revuelo, pero nadie habla de la violencia estructural a la que estamos sometidas”
Katherine Alvear - La Tercera
15 / 04 / 2021
Hace un par de semanas, la presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, estuvo en el ojo del huracán. Una conversación en el podcast La Cosa Nostra –donde la doctora criticó el manejo sanitario de la pandemia y sinceró su relación con el Ejecutivo- encendió las alarmas y dejó en entredicho a una de las líderes más destacadas del último tiempo. Sus palabras fueron honestas, como pocas veces se ve en la esfera pública, y expresaban el sentir de un personal médico agotado y frustrado ante el avance robusto del Covid-19. Sin embargo, su tono y modo de expresarse sacaron ronchas y se transformaron en tema nacional durante varios días. La situación causó tal revuelo que Carlos Peña, en su columna en el diario El Mercurio, acusó de infantilización a Siches, mientras que en redes sociales se cuestionó su salida de protocolo.
Y aunque días después Izkia pidió disculpas por la elección de las palabras empleadas –“Se emitieron en un contexto específico, debí haber tenido en cuenta que ellas serían privadas de dicho contexto”, dijo– la sobre reacción del mundo público no fue la misma que cuando ha sido un hombre el que se deja llevar por el enojo. Y es que no es primera vez que una mujer se ve enfrentada a cuestionamientos y represalias por expresar, con claridad, su molestia en la esfera pública. Por ejemplo, la tenista Serena Williams fue penalizada con mayor fuerza cuando, en la final del US Open, se enfrentó en duros términos contra el árbitro del partido. Ante el hecho, la deportista acusó de sexismo y afirmó que si bien es común ver a hombres rebatiendo las decisiones de los jueces, ninguno es castigado cuando ello ocurre.
“No hay una sola mujer que no comprenda que su enojo es abiertamente denigrado. No necesitamos libros, estudios, teorías o especialistas que nos lo cuenten (…). Las mujeres experimentan la discriminación de formas distintas, pero comparten la experiencia de que al mostrar su enfado se les diga que están locas, son irracionales o están poseídas”, explica la activista de género, Soraya Chemaly, en su libro Rage Becomes Her. En el texto, la autora explica que, a pesar de que la ira puede ser una emoción que nos advierte de posibles amenazas, transgresiones o insultos, a las niñas y mujeres se nos enseña a reprimirla o silenciarla. Una situación que también aborda la autora feminista, Virgine Despentes en su libro Teoría King Kong: “Una empresa política ancestral enseña a las mujeres a no defenderse. Como siempre, doble obligación: hacernos saber que no hay nada tan grave y, al mismo tiempo, que no debemos defendernos ni vengarnos. Sufrir, y no poder hacer nada más”
Pero, ¿por qué el enojo se nos ha vuelto una emoción tan esquiva a nivel público? Según la psicóloga, Pía Urrutia (@lapsicologafeminista), existen determinadas construcciones sociales que estigmatizan el enojo femenino y lo asocian a lo irracional. A eso, se suma la noción de la ira como una emoción que rompe con los paradigmas tradicionales y las expectativas que se tienen sobre nosotras. “Históricamente, se les ha privado el enojo a las mujeres porque las saca del rol tradicional de cuidadoras, donde hay otras emociones presentes y donde se valora más la tranquilidad, disponibilidad o empatía. Ahí hay un punto porque, en general, el enojo se asocia a poner límites, mientras que en el cuidado uno tiene que acceder y estar dispuesta. Y eso levanta alertas en un sistema opresor que pretende controlar al sujeto dominado que, en este caso, es la mujer”, analiza.
Urrutia, además, explica que a nivel cultural existe un juicio valórico en torno a las emociones, donde se califica como negativas a todas aquellas que responden a la tristeza, ira o miedo, mientras que se valora como deseables a todas aquellas relacionadas a la felicidad. La psicóloga y académica de la Universidad Diego Portales, Katherine Alvear, coincide con ese diagnóstico: “Cuando una mujer aparece deseante y marcando posición, cae en el ámbito de lo rechazado porque estamos en un contexto donde existe un mandato de felicidad, donde se exige estar bien y donde las expresiones de sentimientos ambivalentes y humanos -vinculados a la rabia, envidia o celos- son mal vistos y no tienen cabida”.